domingo, 25 de diciembre de 2011

BLANCA NAVIDAD por Manuel Suárez

BLANCA NAVIDAD por Manuel Suárez

La nieve cubre el suelo y la noche, poco a poco, se diluye sobre el cielo, el frio revolotea entre sus huesos y muros.
Una solitaria luz ilumina brevemente cada rostro, pie, mano, cruz, túnica… ala. En ocasiones queda flotando para, poco tiempo después, reanudar su marcha. La casa esta quieta y no hay nada que la perturbe.
Rechina la puerta y la luz se hace dueña de la estancia, un crujir de tela / madera y después un baño de intermitentes colores. No hay nada peor que estar solo en Nochebuena, bueno, tal vez sí… ¡Todos esos programas especiales en la televisión!
El arcoíris desaparece y sólo queda el reptante ámbar que devora los ánimos y cierra los ojos. Esferas, cascabeles, villancicos, todas esa cosas que los de afuera acostumbran comprar en esta época.
La niebla se cuela por los rincones y delinea curvas y ángulos mientras el negro cubre la blancura.
Un destello plateado rompe y une el juego del claroscuro solidificándolo: Jeans, botas, blusa, gabardina y una cascada china azabache que llena la mirada felina.
-         Hola, ¿Cómo estás? ¿Puedo sentarme?
Él se incorpora y no sabe si atacar o rendir pleitesía, por primera vez, esta frente a la dueña de la casa.
-         D.. Disculpe mi señora, es difícil mantenerse despierto.
Ella se arregla el cabello y sonríe. Una sonrisa negra y encantadora que hace que cualquier ente se rinda a sus pies y la siga a donde sea.
-         No te preocupes, a mi hermano le gusta que lo visiten.
Su voz es como el rocío de la mañana en un bosque de coníferas.
Con torpeza en sus pasos y tratando de acordarse de cómo se debe de comportar un caballero, retira la única silla de la estancia y espera a su dama.
-          Gracias, pocas veces me reciben con tantos honores.
Su olor, su cabello, su cuerpo. Una mujer de las que ya no hay. ¡Con que gusto compartiría su lecho con ella! Haría lo que fuera por una noche en sus brazos … tomar sus manos.
-          Disculpa que llegara sin avisarte.
Él no sabe que decir, la sola visión de sus ojos lo tiene atrapado y completamente mudo, sólo alcanza a dejarse caer en la cama. Ella se acomoda en la silla y le dedica un breve guiño, cosa que eleva el ritmo cardiaco de aquel callado hombre.
-          Tenía muchas ganas de visitarte, sin embargo, hasta hoy encontré el tiempo para hacerlo.
¿Visitarlo? ¿A él? ¿Un tipo que no vale ni un centavo? ¿Quién es visto ya con temor, ya con pena por sus “clientes”? ¿Qué tiene él de especial para recibir a esta bella mujer en su hogar?
-          Sé lo que estás pensando …
Ella se incorpora, camina un poco alrededor del cuarto, observándolo todo, para finalmente sentarse junto a él.
-          … Y, ¿Sabes? No me gusta, tú eres muy especial para mí.
Él no puede estar quieto, los nervios lo comen con un aderezo de sudor, su mirada no sabe a dónde ir aunque, curiosamente, después de viajar un poco por los alrededores, siempre termina en esa pequeña cruz ansada que cuelga del cuello de su acompañante.
Ella se percata de esto y lo busca con la mirada, él no puede más que rendirse y perderse en los más negros ojos que han existido y existirán.
Lentamente la pálida y fina mano comienza a acariciar la mejilla del hombre, un toque fresco y reconfortante al alma.
Sus rostros ceden a la cercanía y un negro beso hace que ambos sepan que el momento ha llegado, estaba escrito desde el principio y ninguna fuerza podía borrarlo.
Comienza, liberando las delgadas tiras que cruzan los alabastrinos hombros y continua con el resto de la prenda, que cubre esos regalos que sólo una verdadera mujer puede otorgar y que saben a sal,  esa sal que es un dulce que uno no puede dejar de desear y saborear; mientras ella desenvuelve, lentamente, la fortaleza que el lienzo de tela se encarga de esconder… los músculos se tensan al contacto con los labios femeninos.
Siguen descubriéndose mientras la cobija los abraza, lenta, sin tiempo… infinita.
La piel de ambos se mezcla entre sombras, suavemente, sin prisas.
Finalmente, dos manos se entrelazan y un aleteo, seguido de un gran suspiro, rompe el invierno.
Ella se incorpora, lo mira dulcemente, lo arropa y lo besa en la frente.
Toma las negras prendas del piso y mira por la ventana,  abre la puerta, le lanza un beso y camina rumbo al amanecer, mezclando su piel con el mármol de Diciembre.

“Yo soy quién pondrá las sillas en su lugar, apagaré las luces y cerraré la puerta cuando todo esto acabe”
                                                                                                          Death of the Endless


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